El poder del escenario

Mucha gente me ha preguntado cuándo me di cuenta de que quería ser guitarrista clásico profesional. La verdad es que esta epifanía no fue dramática ni glamurosa. La respuesta más sencilla es que esta bella pasión despertó en mí en el primer momento que me subí a un escenario. 

Empecé esta apasionante aventura de vida cuando tenía seis años. Mis padres conocían a un profesor de guitarra en Logroño y supongo que como ambos eran profesores querían que yo tuviera una educación humanista. Entonces, empecé a tocar, primero, la flauta dulce y a los pocos meses me compraron una guitarra. Recuerdo que la noche que me regalaron esa pequeña guitarra me puse a jugar con ella, moviendo las clavijas, pulsando las cuerdas. Para mí, la guitarra representaba un juego nuevo, una fuente de diversión. 

Con este primer profesor de guitarra, Julián Allende, empecé a prepararme para mi primer concierto, un asunto pequeño entre los alumnos de Julián y sus familiares. Aun así, yo estaba muy emocionado. Lo que más recuerdo son los sentimientos, las sensaciones de aquella velada: la sensación de plena felicidad que tuve al momento de salir al escenario, el destello de ese brillante foco alumbrándome y, sobre todo, el sentimiento indescriptible que produce un público atento. Ese día definió en gran medida mi relación con la música y me acercó mucho a mi propósito de vida. 

Poco después de ese recital, entré al conservatorio. La guitarra se me dio naturalmente, a lo que se sumó que había una rutina en mi casa de solfear y practicar todas las mañanas antes de ir al colegio. Mis padres, desde que era pequeño, me inculcaron el valor de la constancia y el esfuerzo y con esos valores he construido mi carrera. 

Estudié en el Conservatorio de Logroño desde los siete años y quizás era de los alumnos más jóvenes inscrito en ese momento. Debido a que empecé tan joven, por lo general iba dos años por delante de lo que me hubiera correspondido. Por más que el tocar la guitarra siempre ha sido lo más natural para mí, el camino no siempre fue fácil y he tenido que dedicarle muchas horas de mi vida para poder lograr lo que he logrado hoy en día. 

Por más que tenía un talento natural para la guitarra, esto no quitaba el hecho de que en el conservatorio había materias que no tenía la madurez o la edad para entenderlas, como todo lo que era el solfeo avanzado. Para aquellos que no saben lo que es el solfeo, el solfeo es la rama de música que estudia la teoría de la música y, también, prepara el oído de un músico para poder identificar las notas de una pieza, o su lenguaje musical, sin necesariamente tener que leer una partitura. 

Recuerdo que en mis primeros años en el conservatorio tuve que repetir un curso de solfeo. Recuerdo estar muy decepcionado en esos momentos y llorar mucho. Para mí, el dedicarle tanto tiempo al estudio y la práctica de la guitarra y la música, a veces era un gran esfuerzo. Eran horas de enfocarme minuciosamente en una materia que acaba siendo realmente compleja y, con toda la razón del mundo, estaba decepcionado. Lo que me mantuvo constante en mi carrera de joven fue lo que sentía en mi corazón cada vez que cogía la guitarra y me ponía a tocar: algo empezaba a cantar en mi corazón y llenarme de luz e inspiración. Yo creo que es esa sensación la que me impulsó y me sigue impulsando a mantener esta pasión viva a lo largo de mi vida.  

Pablo Sainz Villegas