Conquistando el miedo: Superando el pánico escénico

Imagina que estás entre los bastidores de un escenario, sintiendo el pulso del público que espera en sincronía con los latidos acelerados de tu corazón. Echas un vistazo al auditorio: esas butacas están llenas de espectadores, espectadores que, en tu mente, están cargados de expectativas de perfección. Cientos de personas miran hacia el escenario, charlando entre ellos, anticipando un espectáculo impecable. Mientras tus manos tiemblan, el nudo en tu garganta crece y cierras los ojos. Te quedan unos cinco minutos antes de que empiece el concierto. Has pasado todo el día intentando relajarte, pero en lugar de eso, todo lo que puedes oír es la última crítica de tu mentor resonando en tu mente. Estás en un estado de profunda concentración, tu mente divagando entre tus preocupaciones y la música que temes olvidar. Sientes como si mentalmente estuvieras tapando agujeros, recordándote la digitación correcta, la técnica adecuada en ese pasaje complicado, las últimas notas del director. Respiras, respiras, pero de alguna manera el oxígeno no está funcionando esta vez. Te preguntas si te sientes así antes de cada concierto, y la respuesta es un rotundo "sí"...

¿Te resulta familiar?

Durante muchos años, esta era la sensación que tenía momentos antes de salir al escenario. En la jerga musical y en otros muchos ámbitos a ésto se le llama miedo escénico. Incluso los mejores intérpretes, en un momento u otro, lo experimentan:

ya sea un artista como yo o un atleta de alto rendimiento, la mayoría de las personas que han estado expuestos al público, con todos los ojos puestos en ellos, lo habrán experimentado.

El mes de octubre se ha convertido en muchos países, por la festividad de Halloween,  en sinónimo de cosas aterradoras, por eso me pareció un buen guiño hacer esta entrada de blog de este mes y hablar sobre una de las cosas más aterradoras que un músico puede experimentar. Por supuesto, hay otros miedos que nos aquejan, como el temor a una lesión que pueda arruinar nuestra carrera, pero el miedo escénico, no obstante, es suficiente para asustarnos a muchos de nosotros hasta el punto de abandonar nuestra pasión.

Para mí, el miedo escénico se convirtió en parte de mi rutina previa a los conciertos una vez que empecé a estudiar en el conservatorio y a competir regularmente; yo tenía dieciocho años en ese momento. La mentalidad del conservatorio es de perfeccionismo, porque eso es lo que se requiere hoy en día en la industria de la música clásica para tener éxito. Es una carrera increíblemente competitiva, sino que la competición es tanto con otros músicos como con uno mismo. Hoy en día, los músicos que tocan en vivo también compiten contra grabaciones impecables y altamente editadas. El público ha llegado a esperar la perfección, porque es lo que la mayoría de ellos consumen cada vez que presionan play en una canción de Spotify. Y eso no es necesariamente algo malo: los productores y técnicos de estudio merecen todo el reconocimiento por todo su arduo trabajo. Pero no podemos negar que juega un papel en las enormes expectativas que un jóven músico como yo solía ponerme para mis interpretaciones en directo. 

Lo curioso es que no siempre fui tan exigente conmigo mismo. Al comienzo de mi carrera, cuando tenía seis años, los recitales que tocaba me producían mucha alegría. No me importaba cuán perfecta fuera mi actuación, lo que realmente quería era compartir mi pasión con las personas que tenía al frente. De hecho, mi primer concierto fue una experiencia profundamente espiritual y jubilosa. Siendo solo un niño, tenía más sabiduría sobre la música que estaba tocando de la que tuve posteriormente como adulto.

A medida que pasaron los años, como anticipaba previamente, fui desarrollando un exigente sentido de perfeccionismo. Quería que todo lo que tocara fuera impecable. Quería ganar cada competición y recibir una ovación de pie en cada concierto. Aunque estaba tocando música a un nivel extremadamente alto, ya no estaba disfrutando.

Para poder tocar en cualquier concierto o participar en cualquier competencia, tenía que entrar en un estado de concentración muy profunda, un esfuerzo emocional, espiritual e incluso físico.

Para cuando terminaba la actuación, me sentía completamente agotado, a veces incluso deshidratado. No podía dormir después de mis actuaciones, ya que repasaba cada error, cada decisión incorrecta, cada error en mi cabeza, reproduciéndolo una y otra vez. Llegó un punto en el que no sabía si podía seguir actuando. Un día, aproximadamente a los 30 años, tuve una conversación conmigo mismo:

"Estudio y practico el 90% del tiempo. Trabajo incansablemente día y noche para ese 10%, ese tiempo que paso en el escenario. Y ya ni siquiera disfruto ese 10%. Lo estoy sufriendo, entonces, ¿por qué estoy dedicando mi vida a esto?"

Llegué a la conclusión de que los errores que cometía en mis actuaciones (porque siempre hay errores, nadie es perfecto) en su mayoría pasaban desapercibidos para el público. Y aun si esos errores eran muy evidentes, no afectaban la intención de la música. Entonces, ¿cuál era realmente la intención de la música? ¿Cuál era mi propósito como guitarrista?

Y fue entonces cuando tuve esta gloriosa epifanía: 

Mi misión como músico, todo lo que hago, es para el público. Mi misión es inspirarlos, para que vean la mejor versión de sí mismos reflejada en la guitarra, en su humanidad y sus imperfecciones. La guitarra no es perfecta; no existe tal cosa como un instrumento perfecto, un instrumento que nunca, a lo largo de toda la eternidad, necesite ser afinado, reparado, limpiado o reemplazado. La guitarra es imperfecta y yo también lo soy, y juntos, la guitarra como medio y yo como intérprete, estamos encontrando al público en un espacio de vulnerabilidad y profundidad.

Lo entendí cuando tenía seis años: la idea es compartir mi pasión, mi amor por la música, mi amor por la humanidad, con los demás y eso en sí mismo es mi definición de excelencia. Así que, en lugar de tratar de ser perfecto todo el tiempo, tenía un nuevo enfoque: iba a ser excelente. Y la excelencia no equivale a la perfección, sino que, en cambio, la excelencia es la actitud de compartir la mejor parte de ti mismo con los demás.

“Excelencia es la actitud de compartir la mejor parte de ti mismo con los demás.”

De todos modos, tengo un vídeo en mi canal de YouTube, donde entro en más detalle en esta historia de superación mi miedo escénico y las anécdotas sobre el maravilloso y, sí, imperfecto viaje que me ha llevado a disfrutar plenamente de cada momento de mi profesión, ya sea compartiendo mi corazón contigo en el escenario o disfrutando de la música que estoy estudiando en casa.

Pablo Sainz Villegas